Es la actitud de la pregunta por el ser de las cosas. Es una actitud un tanto extraña, que surge de repente entre las otras actitudes. Se presenta en circunstancias especiales en cualquier persona. Es tan natural como las otras actitudes humanas. No requiere un entrenamiento o aprendizaje académico. No es un privilegio del filósofo. La actitud filosófica, como disposición natural, está lista a aparecer en todo hombre; en el filósofo esta actitud es cultivada y elevada a su máxima potencia; se convierte en una práctica enriquecida por el entrenamiento y el aprendizaje. Pero en la raíz de todo trabajo filosófico está esa natural disposición de todo ser humano por preguntarse sobre el sentido de las cosas.
Le puede ocurrir, por ejemplo, a un presidiario en uno de los tantos días o noches en la cárcel, preguntarse por el sentido que tiene su vida en prisión, qué vale su vida entre barrotes. Y aún más si cumple sentencia injusta. Su mente puede haberse quedado vacía, de cosas, de personas, de sucesos, y lo único que le queda es el martilleo constante de su soledad y entonces puede haberse preguntado ¿Qué soy? ¿Dónde estoy? ¿Qué me espera?
Le puede ocurrir, por ejemplo, a un presidiario en uno de los tantos días o noches en la cárcel, preguntarse por el sentido que tiene su vida en prisión, qué vale su vida entre barrotes. Y aún más si cumple sentencia injusta. Su mente puede haberse quedado vacía, de cosas, de personas, de sucesos, y lo único que le queda es el martilleo constante de su soledad y entonces puede haberse preguntado ¿Qué soy? ¿Dónde estoy? ¿Qué me espera?