Índice
Uno de los aspectos clave para identificar una sociedad occidental desarrollada, como la nuestra, es la complejidad que han ido adquiriendo los procesos de producción, comercialización y consumo.
A diferencia de las sociedades primitivas en las que el itinerario entre la producción y el consumo es muy corto y directo, en nuestra sociedad la distancia entre el producto y el consumidor tiende, día a día, a ampliarse.
Como consumidores cada vez encontramos más «extraños» los productos que consumimos, no sabemos cómo funcionan las máquinas, no conocemos los componentes de los alimentos, ignoramos las garantías de fabricación de un objeto determinado. Nos sentimos cada vez más ajenos a la elaboración de los productos que adquirimos, aunque crece nuestra necesidad de utilizar y vivir rodeados de objetos, la mayoría de los cuales son absolutamente prescindibles.
Esta tendencia se acentúa en el caso de los jóvenes que, al disponer de una capacidad económica cada vez mayor, se convierten en las víctimas preferidas de las multinacionales.
El consumo desmesurado de las sociedades ricas comporta muchos problemas económicos y sociales e incluso algunos psicológicos. De entre los primeros, hay que destacar que empobrece el conjunto de la humanidad al deteriorar una serie de recursos económicos y ecológicos que son limitados y están muy mal repartidos. De entre los segundos, hay que mencionar la descontrolada tendencia a comprar que tienen algunas personas que se puede convertir en una adicción tan difícil de controlar como otras más conocidas. A menudo también aumenta el malestar de la gente al no poder adquirir todo lo que creemos que nos falta y que nos haría más felices. Contribuye más, pues, a nuestra infelicidad que a nuestro bienestar.
El los últimos tiempos diversas campañas por parte de ONG han reivindicado la necesidad de un consumo responsable y solidario. Consumo responsable significa comprar productos que no deterioren la naturaleza y solidario que no se base en la explotación de una parte de la humanidad por la otra (hay que mencionar aquí las campañas que se han realizado en contra del trabajo infantil en fábricas de reconocidas marcas de ropa deportiva situadas en países del Tercer Mundo).
Por todo ello se hace necesario el estímulo de comportamientos responsables en la toma de decisiones relacionadas con el consumo. Tenemos que acostumbrarnos a recoger información, a comparar, a exigir que se respeten nuestros derechos. Y, yendo un poco más lejos, hemos de ser conscientes de que cada vez que compramos un producto estamos haciendo una elección: aceptando las condiciones laborales de los trabajadores, el posible impacto ecológico que ha producido su elaboración o que resultará de su eliminación, las maniobras económicas y políticas de la empresa productora... En definitiva, la responsabilidad de los consumidores es una herramienta decisiva para obligar a las empresas a actuar utilizando unos criterios éticos y de respeto de los derechos individuales.
2.- LA SOCIEDAD DE CONSUMO.
2. 1.- Un fenómeno de los siglos XX y XXI. El término «consumo» y la expresión «sociedad de consumo» son muy difíciles de definir, pues su significado es diferente según el momento histórico al que nos refiramos así como al punto de vista desde el que se utilicen. Lo que sí parece claro es que el fenómeno del consumo es algo característico desde comienzos de siglo pasado.
2. 2.- El inicio del consumo. Desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, los consumidores eran los miembros de las clases sociales medias y altas que surgieron como resultado del desarrollo industrial que se produjo en esta época. Eran personas que se habían enriquecido gracias al florecimiento del comercio y de la industria y entendían el consumo como una forma de diferenciarse de las clases sociales más bajas, como los obreros o los campesinos.
Esto es lo que el sociólogo T. Veblen denominó consumo ostentoso: es el consumo cuya única finalidad consiste en demostrar que se tiene suficiente dinero para comprar cosas caras, no importando la utilidad que tenga lo que se compra, la necesidad que se pretende cubrir e incluso el buen gusto, pues lo que realmente interesa es diferenciarse de los que no pueden comprar esos objetos. Esta forma de consumo lleva consigo toda una forma de vida.
2. 3.-El consumo de masas. Después de la Segunda Guerra Mundial se producen dos fenómenos que influyen directamente sobre el consumo:
A) El desarrollo de grandes ciudades dotadas de buenas comunicaciones entre el centro urbano (donde se sitúan los grandes almacenes y tiendas) y los barrios periféricos.
B) El enorme desarrollo de los sistemas de producción en serie (fenómeno llamado «fordismo»), que abaratan el coste de producción, con lo que los precios son asequibles a más personas. EL FORDISMO es el término que se refiere al modo de producción en serie que llevó a la práctica Henry Ford, fabricante de coches de Estados Unidos. Este sistema supone una combinación de cadenas de montaje, maquinaria especializada, altos salarios y un número elevado de trabajadores en plantilla. Este modo de producción resulta rentable siempre que el producto pueda venderse a un precio bajo.
De este modo aparecen nuevos grupos de consumidores: poco a poco, el consumo deja de ser una característica de las clases altas y se va extendiendo progresivamente a toda la sociedad. Además, los economistas descubren algo muy importante: el consumo no depende del dinero de que disponga el individuo, sino más bien de su predisposición a comprar. Es decir, tanto en épocas de florecimiento económico, como en épocas de recesión, los individuos y las familias tienden a mantener un nivel de consumo constante, lo cual les permite ahorrar en algunas ocasiones y les obliga a endeudarse en otras. Una de las consecuencias de este descubrimiento es que las empresas empiezan a preocuparse más por crear la necesidad de consumir entre los ciudadanos que por los problemas derivados de los procesos de producción. En definitiva, además de productos, las empresas empiezan a pensar en producir necesidades que lleven a las personas a consumir los productos fabricados.
2. 4.- La escalada del consumo. El comportamiento del consumidor actual se deriva, en parte, de la vida en grandes ciudades. En ellas se origina un nuevo tipo de individuo, necesitado de preservar su individualidad frente a las fuerzas y corrientes sociales de la ciudad. Por eso, los nuevos consumidores utilizan los productos de consumo como signos de identidad grupal: la ropa y el calzado que usan, la música que escuchan, la forma de emplear el tiempo de ocio, la vivienda, etc., se han convertido en medios para definir quien pertenece a un determinado grupo social y quien no.
Esta situación supone un cambio muy profundo en la sociedad, pues las personas ya no se identifican a sí mismas por su trabajo, ni por su profesión, ni por la familia a la que pertenecen, ni por sus ideas políticas o religiosas. Más bien sucede que la identidad individual se construye a partir del poder adquisitivo de bienes de consumo que tenga cada uno: no importa tanto lo que cada cual es, sino lo que tiene.
A partir de la década de los ochenta, el consumo se generaliza en todas las clases sociales de los países con economía industrial capitalista. Esta generalización ha sido tan profunda que, en la actualidad, se llegan a confundir erróneamente los términos «consumidor» y «ciudadano». Así, se piensa que los ciudadanos (es decir, los miembros de la comunidad política, sujetos de derechos y deberes) no son más que consumidores y que por el hecho de ser consumidor ya se es ciudadano.
A diferencia de las sociedades primitivas en las que el itinerario entre la producción y el consumo es muy corto y directo, en nuestra sociedad la distancia entre el producto y el consumidor tiende, día a día, a ampliarse.
Como consumidores cada vez encontramos más «extraños» los productos que consumimos, no sabemos cómo funcionan las máquinas, no conocemos los componentes de los alimentos, ignoramos las garantías de fabricación de un objeto determinado. Nos sentimos cada vez más ajenos a la elaboración de los productos que adquirimos, aunque crece nuestra necesidad de utilizar y vivir rodeados de objetos, la mayoría de los cuales son absolutamente prescindibles.
Esta tendencia se acentúa en el caso de los jóvenes que, al disponer de una capacidad económica cada vez mayor, se convierten en las víctimas preferidas de las multinacionales.
El consumo desmesurado de las sociedades ricas comporta muchos problemas económicos y sociales e incluso algunos psicológicos. De entre los primeros, hay que destacar que empobrece el conjunto de la humanidad al deteriorar una serie de recursos económicos y ecológicos que son limitados y están muy mal repartidos. De entre los segundos, hay que mencionar la descontrolada tendencia a comprar que tienen algunas personas que se puede convertir en una adicción tan difícil de controlar como otras más conocidas. A menudo también aumenta el malestar de la gente al no poder adquirir todo lo que creemos que nos falta y que nos haría más felices. Contribuye más, pues, a nuestra infelicidad que a nuestro bienestar.
El los últimos tiempos diversas campañas por parte de ONG han reivindicado la necesidad de un consumo responsable y solidario. Consumo responsable significa comprar productos que no deterioren la naturaleza y solidario que no se base en la explotación de una parte de la humanidad por la otra (hay que mencionar aquí las campañas que se han realizado en contra del trabajo infantil en fábricas de reconocidas marcas de ropa deportiva situadas en países del Tercer Mundo).
Por todo ello se hace necesario el estímulo de comportamientos responsables en la toma de decisiones relacionadas con el consumo. Tenemos que acostumbrarnos a recoger información, a comparar, a exigir que se respeten nuestros derechos. Y, yendo un poco más lejos, hemos de ser conscientes de que cada vez que compramos un producto estamos haciendo una elección: aceptando las condiciones laborales de los trabajadores, el posible impacto ecológico que ha producido su elaboración o que resultará de su eliminación, las maniobras económicas y políticas de la empresa productora... En definitiva, la responsabilidad de los consumidores es una herramienta decisiva para obligar a las empresas a actuar utilizando unos criterios éticos y de respeto de los derechos individuales.
2.- LA SOCIEDAD DE CONSUMO.
2. 1.- Un fenómeno de los siglos XX y XXI. El término «consumo» y la expresión «sociedad de consumo» son muy difíciles de definir, pues su significado es diferente según el momento histórico al que nos refiramos así como al punto de vista desde el que se utilicen. Lo que sí parece claro es que el fenómeno del consumo es algo característico desde comienzos de siglo pasado.
2. 2.- El inicio del consumo. Desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, los consumidores eran los miembros de las clases sociales medias y altas que surgieron como resultado del desarrollo industrial que se produjo en esta época. Eran personas que se habían enriquecido gracias al florecimiento del comercio y de la industria y entendían el consumo como una forma de diferenciarse de las clases sociales más bajas, como los obreros o los campesinos.
Esto es lo que el sociólogo T. Veblen denominó consumo ostentoso: es el consumo cuya única finalidad consiste en demostrar que se tiene suficiente dinero para comprar cosas caras, no importando la utilidad que tenga lo que se compra, la necesidad que se pretende cubrir e incluso el buen gusto, pues lo que realmente interesa es diferenciarse de los que no pueden comprar esos objetos. Esta forma de consumo lleva consigo toda una forma de vida.
2. 3.-El consumo de masas. Después de la Segunda Guerra Mundial se producen dos fenómenos que influyen directamente sobre el consumo:
A) El desarrollo de grandes ciudades dotadas de buenas comunicaciones entre el centro urbano (donde se sitúan los grandes almacenes y tiendas) y los barrios periféricos.
B) El enorme desarrollo de los sistemas de producción en serie (fenómeno llamado «fordismo»), que abaratan el coste de producción, con lo que los precios son asequibles a más personas. EL FORDISMO es el término que se refiere al modo de producción en serie que llevó a la práctica Henry Ford, fabricante de coches de Estados Unidos. Este sistema supone una combinación de cadenas de montaje, maquinaria especializada, altos salarios y un número elevado de trabajadores en plantilla. Este modo de producción resulta rentable siempre que el producto pueda venderse a un precio bajo.
De este modo aparecen nuevos grupos de consumidores: poco a poco, el consumo deja de ser una característica de las clases altas y se va extendiendo progresivamente a toda la sociedad. Además, los economistas descubren algo muy importante: el consumo no depende del dinero de que disponga el individuo, sino más bien de su predisposición a comprar. Es decir, tanto en épocas de florecimiento económico, como en épocas de recesión, los individuos y las familias tienden a mantener un nivel de consumo constante, lo cual les permite ahorrar en algunas ocasiones y les obliga a endeudarse en otras. Una de las consecuencias de este descubrimiento es que las empresas empiezan a preocuparse más por crear la necesidad de consumir entre los ciudadanos que por los problemas derivados de los procesos de producción. En definitiva, además de productos, las empresas empiezan a pensar en producir necesidades que lleven a las personas a consumir los productos fabricados.
2. 4.- La escalada del consumo. El comportamiento del consumidor actual se deriva, en parte, de la vida en grandes ciudades. En ellas se origina un nuevo tipo de individuo, necesitado de preservar su individualidad frente a las fuerzas y corrientes sociales de la ciudad. Por eso, los nuevos consumidores utilizan los productos de consumo como signos de identidad grupal: la ropa y el calzado que usan, la música que escuchan, la forma de emplear el tiempo de ocio, la vivienda, etc., se han convertido en medios para definir quien pertenece a un determinado grupo social y quien no.
Esta situación supone un cambio muy profundo en la sociedad, pues las personas ya no se identifican a sí mismas por su trabajo, ni por su profesión, ni por la familia a la que pertenecen, ni por sus ideas políticas o religiosas. Más bien sucede que la identidad individual se construye a partir del poder adquisitivo de bienes de consumo que tenga cada uno: no importa tanto lo que cada cual es, sino lo que tiene.
A partir de la década de los ochenta, el consumo se generaliza en todas las clases sociales de los países con economía industrial capitalista. Esta generalización ha sido tan profunda que, en la actualidad, se llegan a confundir erróneamente los términos «consumidor» y «ciudadano». Así, se piensa que los ciudadanos (es decir, los miembros de la comunidad política, sujetos de derechos y deberes) no son más que consumidores y que por el hecho de ser consumidor ya se es ciudadano.